
La ocupación espacial, así como el desenvolvimiento de los cuerpos en el espacio y contexto, refuerzan y generan emociones, dinámicas y comportamientos entre los individuos que forman parte de ello, tanto como actores, como perceptores; lo que genera sentido de pertenencia, aceptación, límite o constricción a ciertas maneras de desenvolvimiento a través del espacio y con aquellos que lo ocupan. Aprender esto construye estructuras, aproximaciones y rutinas que delimitan las posibilidades corporales y las pueden volver circunstanciales en lugar de experimentales; reforzando las mismas a través del diseño y configuración que se da a los sitios y la simbología implícita en la selección de texturas, colores y disposición espacial de los elementos que conforman un lugar. Estas estructuras y códigos jerarquizan los espacios y a quienes los habitan, haciéndolos formar parte de un inconsciente colectivo que construye experiencias sensoriales predeterminadas y detonando una determinada memoria corporal relacionada a la forma en que la sociedad funciona dependiendo del contexto espacial al que se acude, lo que alimenta ciertas estructuras de poder.
El ejercicio de cuestionar estructuras de poder a través del diseño y su relación con el cuerpo constituye el eje central del trabajo. Las estructuras están pensadas para activarse – y activar el espacio- con diferentes partes del cuerpo, obligando a recorrer, moverse y adueñarse del área de tal forma que se creen espacios de intimismo y vulnerabilidad que se descubren al recorrer la exposición. Sin dejar de lado la funcionalidad, las esculturas poseen en su misma naturaleza constructiva la posibilidad de transformación, lo que otorga a las piezas una particular característica: no solo se integran como obras en un determinado lugar, como objeto en relación a la arquitectura o paisaje, sino que requieren de interacción física para completarse; convirtiéndolas también en una extensión corporal y permitiendo existan a través del movimiento de quien las activa.
Comentarios recientes